Hágase el sabor de la tierra dulce
en el fermento de su vientre y de su grano.
Ahí, exquisita, sabrosa,
circular como la luna,
aleatoriamente amasada,
extendida,
dilatada,
arrebatada por la flama,
poderosa y dócil en las papilas gustativas,
extraída de las pencas para degustarse toda,
forjada en los molinos y en las manos,
hidratada y heñida para saborearla,
transformada en alimento
y en suculento bocado apetecible;
entonces es todo,
¡todo!, ¡todo!:
el sabor de un valle,
de una tierra,
el sazonado de sus plantas,
el opíparo y abundante aroma que se ofrenda,
la sensación del fino gusto,
la delicia ancestral por el terruño,
la embocadura de la gloria y el destino,
la abertura del pasado en el presente...
Salvador Pliego